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Mostrando entradas de julio, 2024
 A LA MIERDA EL CUERVO Marta Caparrós  Hacía ya unos días que ese cuervo, raro por estos parajes del pueblo de Cadaqués, dónde vivía y vivo, estaba molestando tanto a payeses, como a pescadores como a todos en general, pues no es q resulten bichos de buen agüero, precisamente. Más bien parece que llevan la Guadaña impresa en alguna parte aún cuando pueda parecer inverosímil. Cada vez que el ave se marcaba un solo en picado de punta a punta del pueblo, hale, "campanades a mort". Pero, ¿es qué no se podía largar este bicho a dar por saco a otro lado? O mejor caerse en unos de estos angostos caminos con grandes espinos, que no pudiera servir ni pa colador? Pues a mí me tenía harta, nos estaba dejando sin viejecitos en el pueblo. La sabiduría andante de los pueblos, la más pura, y sí, parcial inteligencia de los pueblos. Pero nuestros y vuestros mayores narran los hechos. Luego los interpretan según los creen o los viven. Tal y como se presentaban los días y las semanad, me toca
  ODA? ODA? PUES ODA Oh Dioses? Por qué teneros en cuenta si conmigo siempre habéis estado de vacaciones? Oh Sibilas! Más tontas que pichote. A morir vírgenes, mientras vuestros Dioses se montaban unas orgías de escándalo? Porque no había prensa rosa, que si no, tienen diez años sólo para hablar de Zeus y Hera. Oh Penélope! Más tonta que comer flores disecadas con parafina, la hostia!. Ulises, de aquí a allá. Pasando por la isla de las sirenas, donde mandó, por orden de Circe , otra hechicerita, que sus marineros se taparan las orejas con tapones de cera, pero Ulises no. El, amarradito al mástil del barco, pero sin tapones! Menudo golfo! Y tú, bordando de día, y deshaciendo de noche, esperando al golferas. No, si lo que yo te diga. Ésta cuando nació se le escapó de las manos a la partera y se dio un golpe en la cabeza contra el suelo. Pérdida de masa en encefálica, sospecho. Sí llego a ser yo, le bordo lo siguiente, dos puntos: Me he largado con un hombretón espectacular que me preten
 LA MUJER BAJO LA LLUVIA   Marta Caparrós. Junio 2020 Esa mañana el cielo había amanecido cárdeno, dejando caer una lluvia que se licuaba aún más con mis lágrimas, cristales que se clavaban en mi alma y en mi corazón. Pero éste no se desangraba, quizá porque ya había llorado tanta sangre… Las percusiones continuas de su bombear me aturdían los oídos, las sienes y agitaban mi respiración. La ropa pegada a mi cuerpo,, ya no me pesaba; mi cara, escupiendo agua y lágrimas, no era una molestia. Algún rizo de mi cabello, antipático al agua, se había levantado, haciéndome parecer a Medusa. El dolor tan grande, la congoja, el desconsuelo, incluso la ira, sí ,la ira, llevaban mis pies hacia casa, desde la salida de aquel edificio. Parecía que el hormigón del que estaba construido, se unía aquella mañana al color grisáceo del cielo, llorando quedamente, por todo lo que acontecía en su interior.. Ahora me tocaba lidiar con aquella situación de soledad, que se agigantaba hasta convertirse en una r