EL TORTURADOR (Marta Caparrós Torner)

Barcelona 1973
El ambiente de represión en los años finales del franquismo fue de contínuo hostigamiento a los universitarios que expresaban manifiestamente el rechazo social de la dictadura. Este rechazo fue contestado con mano dura por parte de la Policía Armada, que no perdió la ocasión de cargar contra ellos y hacer presos a todos aquéllos a los que pudieron detener, siendo su destino el terrible calabozo de Vía Layetana, conocido por cualquier barcelonés, catalán o español como uno de los más viles, donde se aplicaba la tortura de la forma más torticera e impune imaginable, y donde más de una vez algún preso «se había caído» por los ventanales de las oficinas de la prisión.
Tomás Sánchez, miembro numerario de la Policía Armada, prestaba «sus servicios» en esos temibles calabozos. Más sádico que sus propios superiores, odiaba todo y a todos los susceptibles de oler a comunismo, Carrillo o La Pasionaria.
Este torturador sádico, volvía a casa después de su turno de ocho horas sonriendo como una hiena en su Jumbo 1500, con la satisfacción de aquél que ha desempeñado su labor con ahínco y presteza. Había sido una buena recolecta de piojosos y melenudos rojos comunistas. Babeó sólo de pensar en las hostias que había repartido, «más que un cura» se dijo entre dientes Tomás. El cúlmen de este envilecimiento lo llevó a cabo con dos de los detenidos «esos sí que eran unos rojos de mierda, los hijos de puta». Y al final cantaron, vaya si cantaron. El cuerpo humano tiene un límite. Y él sabía cómo romperlo.
A una de ellos le aplicaron la técnica del «ahogamiento». Agarrándole de la cabeza, se la habían envuelto en un saco echándole agua, cada vez en más cantidad y con menos espacio de tiempo entre un «regado» y otro. La sensación de ahogamiento en el preso que no podía ver nada fue tal que podría haber confesado cualquier aberración de la que le hubieran acusado.
Al otro le aplicaron descargas eléctricas en sus genitales. Tomás recordó de forma casi hilarante: «Ése yo no va a poder follarse ni a una gallina, el muy cabrón».
En la parte trasera de su coche y en un generoso gesto de humanidad había decidido llevarse con él a una criatura de dos años, hijo de una pareja a la que le había descerrajado dos tiros en la cabeza ahora sí, estaba seguro, que por repugnantes comunistas, con sus roñosos pasquines del Partido Comunista de España. Era una criatura inocente conviviendo con aquella gente de mala entraña, que sólo podría darle mal ejemplo para con su país: España Una Grande y Libre.
Bien sabía él, que en su casa iba a ser tratado con amor, con los valores de una familia de bien y con el amor a la patria.
Cuando llegó a su casa, dos niños de cuatro y ocho años lo agarraron de las piernas:
—¡Ya ha llegado papá, ya ha llegado papá!—cantaron al unísono. Pero se quedaron parados tras las piernas del papá al verlo entrar con un niño extraño.
Tomás para ir rompiendo el hielo les explicó:
—Acercáos hijos míos. Este niño es huéfano. De ahora en adelante será vuestro hermano. Se llama Angel. Como véis parece un angelito, con este pelo rubio tan rizadito. No tenéis porque guardarle celos. Será un hermanito más, para jugar con vosotros. Tratadlo bien, pues ya ha sufrido bastante para sus pocos años de vida. Así pues, ¿puedo contar con vuestra palabra de que os comportaréis con él como sus hermanitos que seréis a partir de hoy?—preguntó Tomás con ternura a sus dos hijos, al tiempo que miraba con amor inusitado al pequeño Angel.
—Sí papá—contestaron los niños un poco desconcertados.
—¿Qué te parece? ¿Crees que podrás criarlo como nuestro hijo?—preguntó con amor a su esposa, aguantando la respiración a la espera de su respuesta.
—Sabes que sí cariño—contestó la esposa—Si no fuera por nosotros y nuestro amor, a saber en qué manos envenenadas rojas, comunistas o judeo-masónicas, como siempre ha dicho nuestro Caudillo, podría haber ido a dar
Nadie pudo imaginar la felicidad que sintió Tomás en ese momento. Su familia se había agrandado, con la llegada de aquel nuevo ser tan inocente y maravilloso, como lo eran sus propios hijos. Desde ese momento, supo que los valores familiares de aquel niño iban a ser los suyos propios y los de sus hijos. Tan satisfecho se sintió, que entró en el aseo de su casa a soltar unas lágrimas de felicidad. Había salvado a un ser humano, a un niño de una vida de persecución de la inmundicia comunista.



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