A QUIEN DIOS SE LA DE… (Marta Caparrós T)
Estábamos
en la taberna irlandesa a la que solíamos ir siempre: la parte del fondo más
oscura y llena de banderines irlandeses era para los parroquianos patrios. Las
mesas situadas más tocantes a la puerta eran donde nos sentábamos los no irlandeses,
a los que nos importaba bien poco el torneo de soccer de las Six Nations. Eso
sí, para ir hasta el lavabo, teníamos que atravesar todo el salón. No obstante,
como nosotros acostumbrábamos a ir todos los fines de semana, ya nos habíamos
ganado la simpatía de los dueños, y de algunos irlandeses que se tomaban sus
jarras de cerveza, una tras otra. Estábamos todo el grupo de amigos allí, en la
taberna, cuando Sonia nos comunicó sorpresivamente:
—Un
momento de silencio chicos: Roberto y yo nos casamos el mes que viene.
—¿Cómo?
¿Qué has dicho?
—Creo
que no oí bien.
—Algo
de casarse creo.
—Pero
hoy, ¿no es el día de los santos inocentes, verdad?
Todos
estábamos con la boca abierta. Armamos un barullo importante. Yo creí que se me
desencajaba la mandíbula, como en los dibujos animados «¿casarse?, ¿a estas
alturas? Pero si llevaban catorce años viviendo juntos. Menuda tontería. Pero
ya lo escribió Lope de Vega: Gustos hay
para todos Señor Corbera […]».
—Y
cuándo os ha entrado está tont… quiero decir, esta idea. No nos habíais dicho
nada—se me ocurrió preguntar.
—No.
Lo hemos llevado todo en secreto. Hemos creído que ya era hora de decíroslo,
porque por supuesto, estáis todos invitados.
—Faltaría
más. Es que si no, os caemos encima a hostias—, contestó Lucas, otro de los
amigos del grupo.
—Por
cierto, como sé que hay alguna que se va a quedar más que impactada, nos
casamos por la Iglesia.
—Que
¿qué? ¿Os habéis vuelto gilipollas u os habéis dado un golpe en la cabeza?
¿Desde cuándo os habéis vuelto creyentes? Porque si es por el vestidito, lo
puedes llevar igual casándote por el juzgado. En cualquier caso, por mí no os
habéis de preocupar, que yo sea atea y apóstata no me convierte en la niña de El exorcista, ni me impide entrar en una
iglesia y comportarme con respeto a las creencias del prójimo. Lo que pasa es
que os habéis pasado cien pueblos. Pero a quien Dios se la dé, que San Pedro se
la bendiga.
El
día antes y aún no me había comprado el vestidito de marras. Iba paseando por
toda la ciudad, a ver qué veía que me gustara. Nada de nada. Así que me metí en
mi coche, y sintiéndome protegida dentro de él, fui hasta Barcelona, a ver qué
encontraba.
Mi
coche era mi trozo de intimidad. Era una prolongación de mí misma. Si quería
escuchar a Joaquín Sabina yo era Joaquín Sabina, si quería escuchar a Chavela
Vargas yo era Chavela Vargas. En mi mundo yo era quién yo quería ser.
Bueno,
metí el coche en un párquing, esas bocas existentes en la ciudad que comen
coches y expulsan gente. Caminé apenas dos pasos y lo vi. Tenía que ser mío.
Realmente parecía un vestido con un pliegue enorme por la parte de detrás y
otro por delante. Sin escote ni por la parte del pecho ni por la parte de la
espalda. Hacia la parte de las clavículas el vestido se convertía en tirantes.
El vestido emitía un brillo plateado. A juego estaban las sandalias plateadas y
un clutch enano.
Cuando
entré a probármelo, resultó no ser un vestido, sino un mono con las perneras
muy anchas que al mirar, daba todo el efecto de un vestido. No diré lo que me
costó, ¿Para qué?
EL DIA DE LA BODA
¡Madre
mía! ¿Dónde nos íban a meter a todos en aquella ermita? En teoría era una
ermita dedicada a la Virgen Niña. Entré a echar un vistazo, y lo primero que
vi, porque destacaba en aquel pequeño recinto, era un Santo Cristo, enorme,
aguantado por tres cables y una capillita donde se podía contemplar una talla
de la Virgen cuando era niña.
Pero
yo sólo podía mirar los ojos de aquel Santo Cristo:
—Zagala—me
decía mi abuelo, acariciándome los rizos—tú no te fíes nunca del Santo Cristo.
—¿Por
qué yayo?—le contestaba, siempre con miedo en la voz.
—Porque
cuando nadie esté mirando, bajará de la cruz y se te llevará
Y
por ello aunque ya era una adulta, no podía evitar echar un vistazo a cuanto
Santo Cristo se me ponía por delante.
Comentarios
Publicar un comentario