ESTOMAGOS INSATISFECHOS(Marta CaparrósT)
La
familia López, compuesta por el matrimonio y dos hijas, entra en el Restaurante
de Acompañamientos Isidora. Acaban de
salir de una hamburguesería, pero los cuatro notan aún un rinconcito sin llenar
en sus estómagos.
Se
deciden a entrar debido al trasiego de gente joven, la mayoría universitarios,
pues la Universidad Central se encuentra cerca.
Los
jóvenes entran y salen sonrientes. Unos discuten sobre Matemáticas, otros sobre
Anatomía Patológica. Mientras tanto, sosteniendo sus hamburguesas, que traían
de casa, eligen cuidadosamente el acompañamiento dos estudiantes de Humanidades
que discuten sobre Schopenhauer.
Pero,
en un abrir y cerrar de ojos, toda la juventud y su alegría se ha marchado ya.
Así, la familia López se halla sola,
solita, sola, en aquel antro-restaurante de la señora Isidora.
Aquel
garito pondría nervioso hasta al Lobo Feroz de Caperucita Roja. Mientras los
jóvenes anduvieron entrando y saliendo, la luz de la calle mantenía cierta
constancia de naturalidad en el restaurante.
Pero
ahora, la auténtica y desgarradora realidad del «restaurante» se impone como el rigor
mortis en el cuerpo del muerto.
La
familia López ve la realidad de unas paredes sucias, decoradas, con alguna que
otra telaraña que cuelga del techo.
La
luz blanca del fluorescente, puede disputar con las luces de los fluorescentes
de alguna que otra morgue, no demasiado limpia.
Los
pasos de la familia anuncia su llegada a
la mujer más corpulenta que hayan visto en sus vidas. Luce algo que, en su día
debió ser un jersey verde de perlé, y que hoy no es más que un jersey de color
indefinible, lleno de lamparones y enganchones; una falda marrón con una
cremallera rota y recogida de un extremo a otro con un enorme imperdible. Pero,
la cosa empeora si se mira hacia abajo. Pasando por alto, que aquella mujer no
debía de haberse depilado las piernas desde el día que se promulgó la Constitución
de La Pepa, las zapatillas anuncian
que han pasado a mejor vida y que son propias de la serie The walking dead.
Y
sin más dilación comienzan a pasear sus respectivas miradas por aquellas exquisiteces de acompañamientos, bien
para hamburguesas, bien para sufrir una colitis galopante y ulcerosa:
Zanahoria
rallada, cebolla cruda, cebolla a la plancha, cebolla frita, queso gouda,
patatas fritas, rodajas de tomate, ensalada, remolacha, rabanitos, otra tanta
cantidad de especias y más y más acompañamientos. Eso sí: Para beber, agua
mineral natural embotellada, porque es de suponer que refrescos o bebidas
espirituosas ya las bebieron allá donde hubieran comido.
Cada
ingrediente, no es que se pudiera decir que fuera el más fresco. O el último en
llegar tampoco sería un dechado de calidad a servir. Posiblemente, en un acto
de fe (o de constricción), a saber, y siempre y cuando se obviaran las manos, y
más allá aún, las uñas de la señora Isidora, podrías comerte algún que otro
«alimento» de aquel lugar, sabiendo de antemano, que te ibas a comer dicho
alimento con algún tropezón, el somormujo de la patata, el bichichito tan
negrito él, de la lechuga, pero también ese gusanito tan verde y tan mono que
también habita en la lechuga, ¡ohhhh!, que gama de colores puede ofrecer una
lechuga, combinada con una rodaja de tomate, con un poquito de moho por la
parte que no se ve, un pelín ennegrecido por la parte de arriba, con alguna
cosita que se mueve en el centro de la rodaja, ¡Por favor! ¡Semejante delicatessen, no la han visto ni los
gatos, ni tampoco los médicos en humanos vivos!
Isidora,
la dueña del restaurante, les alarga cuatro platos sin mediar palabra, y se
coloca al final del mostrador, donde se encuentra la caja registradora.
La
familia López, ante tal visión, digna del Averno, deja los platos en el
mostrador y caminando lentamente hacia atrás y balbuciendo mil excusas, sale de
aquel antro digno de cualquier episodio de American
Horror Story.
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