DE DONDE NO HAY…

Marta Caparrós



—Me prometiste que el puesto era mío. Sabes que es mío. Mis estudios y experiencia lo sustentarían mejor que nadie en la empresa.
—Pero Clara, eres mi esposa, todo el mundo creerá que es nepotismo. Que te doy el puesto por eso.
—¿Sabes cuántas, cuántas veces he tenido que dejar pasar ocasiones de ascender y crearme un currículum sólo porque soy tu esposa? Y cuando he decidido que era mejor ir a otro lugar para desempeñarme, tú me has rogado que me quede. Creo haber demostrado a toda la empresa mi valor y mi desempeño laboral, ¿y qué he recibido yo a cambio? Nada. Al fin y al cabo no es como si nos hubiéramos casado ayer. Hace ya quince años que estamos casados.
—Si yo lo sé, y sé que nadie como tú para ese trabajo, pero es que…
—¿Es que qué, señor Palacios? Después de la reunión con los directores, los cuales me consideraron más que apta para el puesto, estás dispuesto a dárselo a un tuercebotas que no tiene idea en esa especialidad. Pues hasta aquí llego yo y voy a jugar las pocas cartas que tengo, pero las voy a jugar bien. Quiero mi puesto, retribuido exactamente igual que se indica en la descripción del trabajo. Tienes hasta mañana por la mañana para pensarlo.
»Margarita, hija, ya puedes salir de debajo de la mesa de mi marido.  Te advierto que los pantalones de mi marido llevan dos botones en la cinturilla, y no le abotones mal la camisa. ¿Sorprendidos? ¡Madre mía!. Si lo sé casi desde que empezasteis, pero siempre te esperé. Cierto que, alguna vez, estando solos y tú, bonita, aquí debajo, lo he sentado en el sofá y hemos disfrutado. Yo, doblemente».
»Me voy, y Margarita se viene conmigo, para evitar que te distraigas. Tranquilo, que mi boca está sellada. Hasta que me comuniques tu decisión, claro. Tienes hasta mañana, señor Palacios».

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