Y LAS MUJERES, TAMBIÉN

Marta Caparrós

Ruth tomó asiento, como cada mañana, en su silla de gerente. Apoyó la taza de café sobre su mesa de madera de caoba, brillante. Sin perder más tiempo, se puso a leer todos los informes, financieros y de marketing, y calculó el margen neto de las ventas.
Ella confeccionaba sus propios análisis con los datos recopilados por sus directores, y comprobaba los documentos que le presentaban cada uno de ellos en la reunión de los lunes.
Por fin su voz se oía; no, se escuchaba, se tenía en cuenta y era considerada. Aquel día fue terriblemente largo; conversó con clientes obsecuentes, y proveedores genuflexos con una lista de precios cada vez cada más ajustada.
Al finalizar la mañana se encontró dentro de una sala de conferencias, junto a su director de grandes cuentas y un más que posible cliente. Mientras hablaba, dentro de su cabeza vio una falda amarilla que mostraban las dos rodillas llenas de moretones infantiles y un golpe con una buena costra justo debajo de la rodilla derecha. «Antón, Antón, Antón pirulero, cada cual, cada cual que aprenda su juego, y el que no lo aprenda, pagará una prenda». En un abrir y cerrar los ojos ya había vuelto a su sitio, a su normalidad, pero algo había cambiado en esos escasos minutos en los que su cabeza no había sabido gestionar aquel mínimo momento infantil. La hizo sentir débil y no lo podía consentir.
Se levantó y le dijo al cliente:
—Esta va a ser la última oferta que van a recibir. Se acabó el juego.
El juego. Ella había jugado el suyo. La prenda versus la soledad.


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