ÉRASE UNA VEZ...
Érase una vez, hace muchos
años, una aldea llamada Ascalú, situada en un valle entre montañas escarpadas.Estaba
siempre nevada. El rey Caín, que gobernaba de forma tirana y caprichosa, había
lanzado un encantamiento para que el invierno fuera permanente. Era un
personajehedonista, pues se daba sin más a sus propios placeres. Gustaba el
tirano, de vestir gruesas y largas capas de pelo. Por ello, se lanzaba a
caballo a la caza de animales de bello pelaje que luego entregaba a sus
costureras para que le confeccionaran las capas y embozos más bellos que se
vieran en toda la región.
También era el soberano dichoso cuando degustaba un buen
bocado de carne de caza; así que también a lomos de su caballo Trebleko, acompañado de sus perros salía
a cobrarse sus buenas piezas que, horas después degustaba para hastío y náusea
de aquél que lo viera.
Por todo ello, no le importaba la situación en la que se
veían sus súbditos, que no podían trabajar las tierras, infértiles, a causa de
las heladas continuas, ni podían criar ganado, pues no crecía hierba, con la
que alimentar a los animales.
Pero todo cambió, el día que dos hermanos, Juan y José, muy
queridos y cuidados por todo ascaluense al haberse quedado huérfanos cuando aún
eran muy pequeños, anunciaron:
̶ Queridos amigos, ̶ dijo
Juan con gesto serio ̶ mi hermano José y yo, tras mucho pensar y
hablar, hemos decidido ir a enfrentarnos al malvado Caín. Esta situación es
insostenible. Y nosotros os debemos mucho a todos.
̶ ¿Os habéis vuelto locos?
Sabéis que hacer eso es ir a una muerte segura. Vosotros no nos debéis
nada. ̶
Antón, el panadero, se mesaba su espeso cabello con desesperación.
̶ ¡Por Dios, hijos, no vayáis,
no quiero tener que llevaos flores a vuestras tumbas! ̶
Lloraba Eusebia, la abuela que tejía y tejía para toda la aldea.
̶ Ya hemos tomado la
decisión. Llegaremos hasta el final. Si hemos de morir, que así sea. Pero
primero, lograremos que salga el sol, así nuestra muerte habrá tenido algún
sentido.
̶ Bien entonces, ̶
habló Daniel, el hombre más sabio de la aldea ̶ si
así lo habéis decidido, que cada uno de nosotros os provea de lo que mejor
pueda. Y que seáis bendecidos con el don deléxito en vuestra valerosaempresa.
Y así fue como los hermanos
encaminaron sus pasos hacia el espesor de los bosques engullidos por las
montañas.
Juan guiaba la pequeña comitiva de
dos personas. Alto, corpulento, con empuje, confiriéndole a José, más escuálido
y asustadizo, un valor, del que Juan no andaba muy sobrado tampoco.
Las fuerzas se iban apagando poco a
poco a medida que los días pasaban. Los riscos de las montañas heladas, les
rajaban la piel, dejando a la vista la carne lacerada.
Muchos fueron los avatares que
tuvieron que vivir, siendo uno de los más peligrosos un encontronazo con lobos,
del que supieron salir a base de astucia y un buen manejo de espadas.
Y fue al día siguiente de este
encontronazo, cuando Juan se dio cuenta de que lo que hasta entonces sólo había
sido una mera inquietud en su cabeza, cobraba visos de ser una realidad rayana
al abismo: Cuanto más caminaban hacia la torre, tanto más se alejaba ésta de
sus pasos. José parecía ajeno a todo. O bien, hacia ver que…
̶ José, ¿tú también te has dado cuenta? ̶ Le
preguntó Juan.
̶ Sí, cuanto más nos acercamos nosotros, más la
torre se aleja. El rey sabe que vamos a por él, y esta es su manera de decir
que nunca le alcanzaremos. Moriremos en estos bosques.
̶ No, no lo haremos. –
Sentenció Juan ̶ Si invertimos el proceso, caminamos de noche
y descansamos de día…
̶ ¿Te has vuelto loco? ̶ Se desesperó José ̶ No
tendremos visión, seremos más vulnerables a los animales depredadores del
bosque. De hecho, ¡estaremos completamente indefensos!
̶ Piénsalo. Lo podemos
intentar, quizá así ¡podamos hacer salir al malvado de su escondite de hielo!
Así, durante el día hacían pequeñas
caminatas, jugando al despiste. Pero era por la noche cuando empequeñecían la
distancia. Hasta que un día tocaron el pie de la torre de piedra. Lanzaron el
extremo de una larga cuerda atado a una flecha, y tras varios intentos,
lograron que la flecha diera la vuelta al torreón y cayera hacia ellos.
Hicieron un buen nudo con el cabo de la cuerda y lo fijaron al suelo helado con
una pica. Con gran agilidad, subieron, cimbreándose, por la cuerda hasta tomar
la torre.
Una vez dentro dejaron caer arcos,
flechas y espadas para recuperar el aliento pero inmediatamente les saludó un
pequeño huracán helado del que salió el hechicero. Era un hombre imponente, al
primer golpe de vista. Lucía largos cabellos y espesa barba. Y una capa
confeccionada a partes iguales de pelo de martas cibelinas, zorros, osos
polares, daban una imagen entre todopoderoso y cruel.
̶ Vaya, vaya, os esperaba.
¿Creíais que me habíais engañado? Sois unos aficionados. Al rey Caín no le
engaña nadie. Pero teníais tantas ganas de venir a verme, que finalmente decidí
concederos el deseo. ¿Y ahora, qué? – Reía el malvado Caín.
̶ ¡Por favor, oh Majestad!
Sed magnánimo, y librad a la aldea de Ascalú, del tormento que lleva viviendo
tantos años. Somos vuestros siervos. Dejad que vivamos de cosechas, de ganado.
Que los padres y las madres de Ascalú puedan alimentar a sus hijos y no verlos
morir de hambre. Vos tenéis los bosques, las montañas para cazar, para todo lo
que deseáis. Sed misericordioso. Os lo rogamos, Su Serenísima Majestad ̶ Así, postrándose a sus pies y besándole el
extremo de su capa, le habló José al rey.
El soberanono pudo resistir la repugnancia de ver al
muchacho sucio que tocaba con esas manos y esa boca hedionda su regia capa de
pelo. Con sus escarpines, le dio una patada tan fuerte, que José fue a parar al
otro extremo de la torre y se quedó quieto. Muy quieto. Demasiado quieto. Juan
corrió hacia él, y vio que debido a la fuerza de la patada, a José se le había
clavado su propia espada en el vientre. Sangraba profusamente. Juan enloqueció
al ver la irreversibilidad de la herida de Juan. Cuando lo volvió a mirar, ya
estaba todo acabado para José. Tomando su espada se acercó a Caín.
̶ Voy a matarte, como tú has
matado a mi hermano. Y como has matado a tantos y tantos ascaluenses por tus caprichos de tirano, déspota y caprichoso.
Moriré, probablemente, pero no antes de asegurarme que te he llevado conmigo.
Cuando Juan se dirigía, espada en mano contra el rey, éste
movió la cabeza hacia él y Juan cayó con gran estruendo. No importaba. El odio y el dolor por la
muerte de su hermano eran motivos más feroces que
cualquier otro pensamiento. Recogió su espada, se incorporó y volvió a
cargar contra el villano Caín. Y el rey hizo el mismo movimiento. Juan voló de
nuevo aterrizando en el suelo. Entonces pensó que si no actuaba racionalmente,
acabaría todo muy mal. Ya tendría tiempo después para llorar amargamente a su
hermano. Pero tenía que acabar con aquella comadreja.
Se hizo el muerto. Su capa de fieltro puro, le tapaba la
crispada mano con la que asía el puño de la espada. Ante la inmovilidad de
aquél otro crío que había osado retarlo, el déspota se acercó, lo agarró por el
tobillo y empezó a arrastrarlo como el que se deshace de la basura, momento que
aprovechó Juan para sajarle de un diestro golpe de espada la mano que lo
arrastraba. Escasos segundos después y ya sobre sus pies, levantó su mano, y
con la espada hizo rodar la cabeza del rey. Antes de que la real testuz tocara
el suelo, las nubes empezaron a disiparse, y los primeros rayos del sol
asomaron, tímidamente primero, y con energía después, tras muchos, muchísimos
años sin hacerlo.
Y, entonces, Juan lloró.
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