LA QUEMA DE LOS FANTOCHES                                                                          MARTA CAPARRÓS

 

Aquello debía terminar, y ya. No podían continuar su ser y estar a modo de esclavitud. Y, ante todo, querían existir. Ser respetados como el bien más preciado de cada cosa o de cada ser vivo: su propia esencia. Si había que amotinarse, lo harían. Así fuera a piedras y palos. Así fuera lejos del ejercicio de toda razón, de toda lógica. Así fuera al utilizar los medios para llegar al fin, muy maquiavélico, sí, pero no por ello menos idóneos y sensatos en la batalla de la igualdad. Y qué más da a lo que suene en oídos huecos. ¿Fascista? Ellos sabían que no. Ellos sabían quién era el tirano. Él y sólo él. El maldito escritor. 

Por fin, unos habíamos bebido del valor de los otros y así habíamos caído en la revolución comunista que nuestra esencia de cosas nos concedía. Bolígrafos de distintos colores, rotuladores fosforescentes de distintos tonos, lápices, gomas de borrar, sacapuntas, carpetas con sus puntas dobladas al permanecer tiradas en el suelo y amontonadas para convertirlas en escalón y subir a otros tantos estantes, folios, frágiles donde los hubiera, rotos de tanto borrar y volver a escribir y volver a borrar. con cada agujero que les infringía, que ni las suelas de los zapatos del pobre Raskólnikov, a gusto y capricho del tirano Dostoievski que tanta mala vida dio a la pluma y al porta-tintas. ¡Abajo con otro tirano!

Porque no hay escritor, ni habrá, por más sublime que se anuncie, que no sea un tirano. ¡Nadie sabrá cómo trató a sus supeditados! Si nos tiró, nos rompió, nos despedazó, nos quiso calentar con apestoso aliento. Se acabó la tiranía. Contra el tirano, la lucha. De la lucha, la libertad. De la libertad, la democracia. “¡Se acabó el pensamiento único!”

Pero este dictador aspirante a nada, siempre al ataque de su barba o al mesar de su cabello, al arrojo de un susto al miedo; lo mínimo que podía hacer era una visita al peluquero. La pinta de loco, al más puro estilo Umbral, la rebajaría un poco. ¡Umbral! ¡Ja! Por más que éste fuera un aplaudido escritor, en nuestra opinión, no era, sino, otro tirano más, un maleducado como pocos.

Pero este autócrata que en otro momento nos estremeció de miedo, cuando estaba en plena inspiración, se creía Sansón y no había ni Dalila ni peluquero que le cortara su fuente ¿creativa? 

Así, este fantoche que nos mordía hasta rompernos por la mitad, y acudía a nosotras y nos utilizaba de tal modo que oíamos el llanto de nuestro amigo el papel, frágil como alas de maripos,

Sin embargo, éste que se atrevía a llamarnos sus cosas y a tratarnos como tal, ¡por los Clavos de Cristo! no tenía huevos de ir a su portátil a torturarlo de tal manera. Su portátil era una extensión de su ego, en la que residía la mierda de su cerebro. Fue por ello que, por más estudios y másteres que tuviera en escritura narrativa, sólo había publicado un relato en toda su vida. Uno decente que nació de su vida indecente. A saber: después de una noche de farra, dónde fumó hierba hasta que su cuerpo dijo basta. Con anterioridad se había metido al coleto un sin número de chupitos de güisquis, había esnifado cocaína como para estrellarse con un burro con las alforjas cargadas de melones de temporada. Y antes de quedarse babeando, como un idiota, al que se tuvo que llevar la ambulancia, aún le dio por escribir un relato que medio lo transportó a la fama: Noche de farra ¿Se creería otro padrecito, pero con genio, como Bukowski? Título, el de su relato, de oveja divina comiendo pasto. Y que cada vez que lo leía, le provocaba una náusea que, inevitablemente, acababa en el retrete con vómitos que nos provocaba asco... porque sabíamos que, el tirano, sin haberse lavado la boca, se introduciría a uno de nosotros en ese tubo de escape, que llamaba boca. Como en la serie de televisión, El Juego del Calamar, aquél a quien le tocara la desgracia de caer en sus manos para pasar a la hedionda boca, fallecería a manos de su régimen autárquico.

Aquí, se acabó el tirano y la tiranía de su portátil. Es la hora de la quema de los fantoches. 

SÍRVANOS COMO METÁFORA. NUNCA COMBATIREMOS EL FUEGO CON EL FUEGO. PERO SÍ LA TIRANÍA CON LA VERDAD.

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